Nada mejor para salir, que ir entrando y sacar despacito todo lo arrepellado en las paredes de la exiliada inspiración.
Ni atrofia, ni pereza... se trataba de dejar la comodidad de no pararse a pensar. O entrar demasiado hondo.
De hecho, hoy voy a quedarme a mitad de camino. Ya mañana -y si eso- daré un paso más.
Nunca termino las cosas. Pero porque quiero...
Jamás supe por qué siempre dejo algo mal puesto encima de la mesa después de recoger la habitación... por qué empiezo siendo bueno en las cosas que jamás perfecciono... por qué, siendo alto, nunca jugue al basket, porque teniendo una media de 7,9 nunca acabe la carrera para acabar de destacar...
Creo que mejor me quedo con las cosas pequeñas...
Voy a ser el mejor en los besos... en mirarte por las mañanas... en sentir la ebullición que provocan dentro los paisajes inmensos, el gesto justo de la persona adecuada... en aprenderme tu cara... en subir el volumen y apretar los auriculares con las manos para captar uno a uno los sonidos... en llorar sin sentirme avergonzado...
Mi inquietud fomenta la necesidad de correr de un lado a otro. No parar. Llevarme algo de cada "sitio". Sin tiempo, sólo momentos.
Y las cosas sin medida, no son exactas ni perfectas. Ni perfectamente o exactamente como se espera que sean.
Así que quien se queda, no suele entender que me vaya. No acaba de saber que me la llevo conmigo y nunca tiene en cuenta que siempre que me espera, vuelvo.
Así, me dejo caer en el equilibrio carente de excesos.
Proyectar mi imaginación a un abrazo fuerte que la calme, o el empuje de inspiración a apretar los dientes y distraerme hasta que deje de oprimir el punto inexacto entre el pecho y la garganta.
Acordarme de lo que era sentir tu corazón siempre me provoca taquicardia.
... Las ganas de vivir, me matan...
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