A veces los días de invierno son como la vida, se llenan de contradicciones, de grises, de rojos, de ocres, de verdes y amarillos.
El dolor y las ganas de soñar se entremezclan y el vuelo del viento arranca unas lágrimas... el frío se cuela por el tejido de la ropa y llega hasta el alma.
Hoy un día de invierno para ser feliz, se nubla con ventoleras de mando y ordeno, se tiñen de añoranza, de olores a infancia, de sonetos, de guitarras y se lleva y se trae la suerte de un lado para otro.
Hoy las llamadas y las despedidas, las idas y venidas, la ropa que no se desarruga, la plancha que no estira, los polvorones y los pucheros.
Hoy el invierno y la melancolía, los juegos de mantel y servilleta, las conversaciones a medio acabar, lo tonto que me siento, lo vulnerable que eres.
Hoy... saber sin tener conocimiento, sospechar sin tener motivos, crecer y girar.
El invierno que ha tardado en llegar se ha aposentado en mi empachado hígado como un largo recorrido hacia adelante.
Y me siento frágil como si fuera de harina y te veo hábil y cargando responsabilidades y me aferro a los abrazos que quiero darte, a los besos que se derraman de mis labios, me agarro a tí, y a nosotros y no sé si me faltan brazos o me sobran ganas pero tengo deseos enormes de sentirme anclado para siempre en este maravilloso mundo de los afectos que me das, sin saberlo y sin quererlo, afectos de mi subconciente, que nos damos, que nos mantienen alerta y llenos de recuerdos y buenos deseos.
Hoy el invierno me ha desvestido de todas mis fortalezas y me abriga con el ánimo de seguir cultivando este huerto de naranjas para un medio zumo.
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